Monday, May 23, 2011

De temporada

En Nueva York les encanta el concepto “de temporada”. Las cartas de los restaurantes todas quieren inundarse de productos del tiempo y les da por un ingrediente una semana y te lo encuentras (literal) hasta en la sopa.

El otro día fui a cenar a Esca, el restaurante de Mario Batali (magnate de la restauración neoyorquina, cuyo perfil en Wikipedia especifica en el primer párrafo que su imagen es la de vestir pantalón corto y zapatos marca crocks naranja, raro detalle. Pero tiene 16 restaurantes sin una mesa libre, noche tras noche).

Volviendo a la historia,  cuando la camarera leyó los ´specials´ (ahora comento este punto) creo que 8 de 9 llevaban rhubarb. Rhubarb es una especie de planta que se parece a la acelga pero es roja, la verdad no se explicarlo, y he ido a wordreference para buscar la traducción y me pone ruibarbo, así que me he quedado igual. El caso es que todo llevaba, desde los entrantes hasta el postre. Era tan exagerado el tema que me vi obligada a preguntarle a la camarera si había habido una sobreproducción esta primavera.

Además ese día había ido a brunch y me habían servido mermelada de ruibarbo, y ya me estaba pareciendo hasta broma. Pero me dijo la camarera que es que era muy de temporada y que su máxima era usar los productos más frescos. Al final decidimos pedir cualquier cosa que no llevase ruibarbo, y cenamos muy bien (aunque fuera de temporada supongo…)

A ver, que en España también hay cosas de temporada, desde la alcachofa hasta las setas o el guisante, pero no es para tanto y normalmente sabes explicar lo que es... Que conste que defiendo a capa y espada el producto de temporada, pero a veces se pasan y tampoco apetece.

Y eso me dio que pensar sobre las cartas neoyorquinas. Es una cosa rara, hay elementos que están sí o sí, y cuando no están sorprende. Son los productos en eterna temporada y pueden ser bastante dispares (y no estoy hablando de hamburguesas ni cheesecake). Por poner dos ejemplos: las coles de Bruselas y la remolacha. Elementos completamente al azar, sin relación alguna. Ensalada de remolacha y coles de Bruselas, no fallan. Y con el tiempo les he cogido cariño.

Quiero volver al tema de los “specials”. Los especiales del día. En principio van a ser 3 o 4, te los van a leer muy rápido (no los vas a entender), va a haber 10 tipos de aderezos para la ensalada, vas a intentar entender una sola palabra de cada uno, y todo va a suceder en minuto y medio. Es como un monologo de los de risa. Parecido.

Hay otro restaurante en Williamsburg, que me gusta, sobretodo para llevar a quienes vienen de visita, se llama Diner. Es como un Diner antiguo de los cincuenta, bueno sin el como, porque de hecho es uno reformado, que sirve comida para modernos hipsters, todo muy orgánico y del día. Y ahí todos son specials, la carta entera, y te la escriben en el mantel, y todo tiene mínimo 13 ingredientes por plato y (garantizado) no entiendes, conoces ni te suenan mas de 2 ingredientes de los que te mencionan.  

El otro día llevé a unas amigas. Empecé a la española, le pregunté al camarero que me repitiese el especial 3 y el que llevaba pollo. Le pedí explicación sobre algunos de los 19 ingredientes. Me acabó dibujando una planta en el mantel, que comentamos que quizá era una ortiga, no sabíamos. Al final acabé a la neoyorquina: “voy a pedir ese que has dicho que tenía huevo”, y punto. Los otro 18 ingredientes los dejas a la suerte. Creo que comí pesto de ortigas, no estoy segura. Y ahora me estoy acordando, y va a sonar a cachondeo, que una de mis amigas pidió unos pancakes y llevaban Rhubarb. Estoy esperando el día en que el jamón esté de temporada, igual ahí cambiará toda la historia.

Wednesday, May 11, 2011

El tren

La relación amor/odio que usualmente se tiene por Nueva York puede plasmarse en sus dos estaciones de trenes, una que instantáneamente amas, la de Grand Central, y otra que por mucho que te esfuerces y trates de entenderla y desarrollar un cariño por ella no hay manera. Esa es Penn Station.

Grand Central es una obra de arte, es preciosa y puedes viajar al siglo XIX con pasearte por su vestíbulo principal. Está ese reloj peliculero que dicen tiene un valor de 20 millones de dólares, o el Campbell Apartment, ahora un bar de cocktails dentro de la estación y originalmente el despacho del magnate John Campbell.

Y al oeste de Manhattan está Penn Station, a la que maldices cuando te toca hacer un viaje de largo recorrido. Una cosa sin sentido es que hacen esperar hasta diez minutos antes de la salida para anunciarte en que vía está estacionado el tren. Esto hace que cientos de personas estén embobadas mirando una pantalla con un “ preparados, listos, ya!” para salir corriendo cuando anuncian la vía. Igual tiene algún motivo logístico. Probablemente. Aquí todo tiene una finalidad práctica. Pero son de esas cosas que uno no acaba de entender que sucedan en el primerísimo mundo. 
Grand Central tiene desde comida china para llevar hasta los restaurantes más distinguidos (entre ellos el famoso Oyster’s Bar); Penn Station te ofrece pizza o bocadillos en plástico, lo cual hace menos apetecible empezar un viaje.


Lo bueno de Nueva York es que es bastante sincera y te muestra lo que hay. Y normalmente suele ser una doble cara pero no en el sentido de un lado oculto, sino  de dos caras de la moneda. Es una ciudad que te dice alto y claro: estoy sucia, tengo basura en la calle y ratas en el metro. Pero a la vez también te cuenta: tengo la economía del mundo concentrada en mis calles, te ofrezco el mejor arte y moda del planeta ah, y tengo toda la comida del universo por ofrecer.
Y en esa doble cara de la moneda te ofrece Grand Central y Penn Station.  Y cuando te enseña un lado la amas, y luego has de tomar un tren a Boston y la odias. Pero como el yin y el yang, sin esa Penn Station de Nueva York tampoco existiría Granc Central. Ambas ciudades se complementan y necesitan. Y sin ambas caras no se llamaría Nueva York. Simplemente sería otro lugar.