Wednesday, April 27, 2011

Rareces



Ya sé que parece que porque sea NY todo pase aquí. Pero las coincidencias en esta ciudad son uno de sus elementos mágicos que me maravillan. El tema da para muchos posts: tengo demasiadas amigas que han nacido de las coincidencias, tengo demasiadas anécdotas de situaciones que me dejaron boquiabierta porque eran fruto de las coincidencias, pero de momento voy a hablar de algunas coincidencias que se unen a otro tema: la necesidad de inventarse eventos raros que tienen los neoyorquinos.
Hace un par de veranos volvía de Barcelona a Nueva York vía Zurich. Eran esos tiempos en los que no había descubierto que volar directo eran una inversión a veces muy rentable. Se sentó a mi lado en el avión una chica que regresaba a Nueva York y, como suele pasarme en los aviones, me habló sin parar de su vida las 7 horas de vuelo.
Meses después descubrimos, a través de un email en cadena, que una de mis mejores amigas en Nueva York había ido una vez a ver una habitación que la chica alquilaba en su piso. A su vez, la chica del avión me presento a una buena amiga suya, una periodista en Nueva York. Toda esta cadena me lleva al tema que comentaba antes: la necesidad y fascinación por crear eventos raros que tienen los neoyorquinos.
La amiga reportera es periodista de viajes. Es de esas que cuando actualiza su Facebook está siempre nadando en playas de Venezuela o buceando en un arrecife Australiano o haciendo trekking en las selvas de Colombia. El caso es que en uno de esos viajes la “atacó” mientras nadaba un pez extraño llamado Barracuda.
A la vuelta a NY se le ocurrió vengarse de este acontecimiento y cocinar Barracuda para todos sus amigos. De repente lo que empezó como algo anecdótico se ha convertido un evento gourmet, con página web incluida. Vale 45 dólares por persona y consiste en ir a una cena de tres tiempos de peces marinos exóticos.
La prensa ha hablado de ello. Desde el New York Daily News hasta el New York Magazine. Porque vuelvo a insistir que a los neoyorquinos nada les hace más feliz que los eventos esperpénticos. Una iglesia abandonada sede de un evento artístico de video proyección que sirve comida orgánica de una granja cocinado por una abuela de 98 años? Por supuesto existe.
Y eso me hace pensar en Nueva York y su capacidad para diluir la palabra ‘raro’  o ‘curioso’. Si alguien tiene una idea, por muy peculiar que crea que sea, que venga a Nueva York que seguro hay cien personas que ya la pensaron antes. Si tienes una afición o un interés y te sientes que nadie te entiende ni la comparte, vente a Nueva York y únete a las masas. Tu cerebro ha de ser muy rápido para que te tachen de creativo en Nueva York.  
De ahí la energía de la ciudad. De la constante búsqueda de reinventarse y crear rareces, aunque eso acabe significando sentarse en una mesa para comer alligator carpaccio y cocodrilo al curry, que (en serio) es el caso.

Saturday, April 16, 2011

Las Vegas

Hoy hago la excepción y traigo a un artista invitado: la ciudad de Las Vegas. He vuelto recientement de Vegas y es uno de esos lugares, de los pocos que conozco, que te obliga a rebuscar entre los adjetivos más extremos para encontrar un modo de describirlo. Y entre lujo, gourmet, barato, plástico, alcohol, humo y dinero; entre todo, ahí vive Las Vegas.

Cuando uno aterriza en Nueva York lo hace rodeado de agua, con el Hudson River y el East River bordeando la ciudad, y el Atlántico al fondo. Cuando uno aterriza en Vegas lo hace entre arena, y de la nada, en medio del desierto, aparece como un espejismo la ciudad plastificada.

Cuando piensas en Nueva York y Vegas inicialmente piensas que tienen muy pocas cosas en común. Pero resulta que las pocas que sí tienen son sorprendentemente parecidas. A ambas les fascina el uso abusivo del aire acondicionado, la obsesión por los restaurantes, los escaparates con las marcas más caras del planeta, las temperaturas extremas, el dinero y las luces.

Vegas es Disneylandia para adultos. La gran diferencia es que se substituye la tienda de golosinas por los bares de copas y la media de horas de sueño es mucho menor. Vegas nunca quiere saber qué hora es. La gente mira poco el reloj y el hecho de que no haya ventanas al exterior crea la idea de vivir en un mundo de ensueño en el que no se sabe si es noche o día, todo ello mientras sacan a chorro oxígeno por las salidas del aire acondicionado para que no te duermas.

En Nueva York en cambio uno no olvida nunca la hora que es. Es imposible huir del reloj ni de las horas exactas. La ciudad de Nueva York está cronometrada. No se puede perder el tiempo, en cambio a Vegas casi siempre se va a eso.

Nueva York y Vegas coinciden en un componente básico: el azar. Vegas vive del azar y de la búsqueda de la combinación ganadora. Nueva York también representa esa búsqueda de la persecución de un sueño. La gran diferencia entre ambas es que a Vegas se va para un tiempo, se va a jugar un rol, a ser actor por unos días, pero el mayor porcentaje de quienes pasean sus calles están de paso, uno siempre deja Vegas. En Nueva York, en cambio, el juego nunca se acaba.

Y en cierto modo ambas ciudades son islas. Son lugares aislados en el que conviven los extremos y donde las cosas que empezaban siendo extrañas y curiosas acaban siendo simplemente cotidianas. Manhattan es la isla entre agua y Vegas es la isla entre desierto y para ambas las luces y el azar son su oxígeno y su mayor miedo son las palabras  ´Game Over´.

Wednesday, April 6, 2011

Ganadores



Cada día, cuando subo las escaleras del metro en Union Square leo una frase (que aún no he logrado descifrar si es publicitaria o no), de esas en las que cada palabra está pegada a un escalón… y pone… “ If you´re not first you´re last, that´s how winners think” (Si no llegas primero llegas último, así es como piensan los ganadores). Algo que la verdad uno no suele uno tener ganas de leer a las 8.15 de la mañana mientras sube con cientos de personas esas escaleras en las que nunca vas a ser primero. Así que básicamente, todo el mundo que sube esas escaleras se siente perdedor a las 8.17 cuando llega al final del tramo.

Estados Unidos es una inmensa universidad que se dedica a crear ganadores. Y desde pequeños los valores de sacrificio y entrega son mucho más difundidos que en cualquier lugar. Así como la importancia de liderazgo. Y por eso la gente corre por las escaleras del metro para ver si algún día llegan primeros.

Aquí llegar a la hora es básico en un trabajo. Muy básico. Y de hecho, si puedes llegar 10 minutos antes, mejor. A cambio en mi empresa puedes desayunar cada día gratis los cereales, fruta… etc. que hay en la cocina. Por eso ya no te importa correr tanto por las escaleras.  Sobretodo los viernes, cuando hacemos Friday Breakfasts y nos compran el desayuno cada viernes en un lugar distinto. Y descubres la cantidad de cosas que puede uno desayunar a las 9 a.m. en Nueva York (desde pizzas de desayuno, a los breakfast burritos que preparan en el mexicano o los clásicos huevos con bacon y patatas).

Yo he aportado mi granito cultural, y les he enseñado lo que ya llamamos el ´Spanish Breakfast´: el clásico pan con quesos y jamón. No tiene mucho misterio, pero desde aquel día que lo sugerí y fueron a Dean and Deluca (la tienda gourmet por excelencia de Nueva York) a comprarlo, les parece la opción más exótica que hay. Y ahora sólo toca ese desayuno en las ocasiones especiales.

Todo el mundo que trabaja en Nueva York sabe exactamente en qué vagón de metro tiene que subirse para optimizar el tiempo y salir exacto donde necesita. No es sólo para ir a trabajar, al final ya lo sabes y punto. Y necesitas subirte en ese vagón porque te va a ahorrar 5 minutos de tiempo. Y eso es en NY lo que es ser el verdadero winner. Aunque luego esperes una hora para la mesa del restaurante o los 20 minutos de cola del supermercado. Simplemente sabiendo pasar el menor tiempo bajo tierra te da el título de neoyorquino experimentado.

A veces la gente se encuentra en el metro con un amigo en el andén. Y prefieren viajar separados porque cada uno quiere viajar en su vagón, el que le deja junto a su salida. Es curioso, pero igual así es como se construyen los winners.

En realidad pienso que aquel que se sube en cualquier andén. El que no  ha pensado dónde se conectaban las líneas. El que perdió 4 minutos en el pasillo de la estación. El que sacrificó su elección de vagón para viajar con su amigo y se rió mientras le contaba aquella fiesta absurda a la que fue el jueves. Ahí está el winner. El que le ganó la batalla a la vorágine y la planificación y el que miraba hacia adelante mientras tarareaba una canción y no tuvo tiempo a leer el mensaje en los escalones del metro.