Tuesday, October 18, 2011

1095

Tampoco es que tenga tanto que decir. Pero me parece bastante imperativo que el día en el que conmemoro mis 3 años en esta ciudad me digne a actualizar este blog.

Cuando primero llegué a Nueva York quería acordarme de todo lo que vivía y sentía y asegurarme que no se me escapase ni una de las emociones. He oído (y comprobado) que muchas veces cuando estas soñando y te levantas repentinamente, basta con escribir tres palabras claves para poder recordar lo que has soñado y volver a hilvanar la historia. Por eso durante mis 2 primeros años en Nueva York, religiosamente escribía una línea cada día que resumiese mi estancia en la ciudad. El lugar al que había ido, la gente que había visto, los platos que había comido… etc. Así podía volver atrás y rememorar días claves en la ciudad y reconstruir mi historia.

Luego con el tiempo  decidí dejarlo, y ahora tengo esos cerca de 700 días registrados en esa lista. Con el tiempo me di cuenta que muchas cosas, al menos de las más importantes, inevitablemente me acordaba igual, también comprobé que a veces pasaba una semana sin apuntar y no podía recordarlas bien (igual porque precisamente había decidido que mejor las olvidaba) y también me di cuenta que me costaba compaginarla con la lista de restaurantes. (Creo que le debo a mi madre este furor por las listas, por poner los pros y contras en una lista para las decisiones importantes, por la mandatoria la lista de la compra bajo el im'an en la nevera, y en general por listar mis cosas por hacer. Me encantan las listas, lo admito). Pero pese a todo me sigue encantando esa lista de NY moments igual, porque puedo reconstruir el puzle con el que edifiqué mi realidad en esa primera etapa de la llegada a esta ciudad.  (la ciudad monstruo-duende, como acertadamente la bauticé en un post anterior). Ayer estuve repasando la lista y me sonreí infinitas veces acordándome de esos recuerdos que hacía tiempo no releía.

Luego pensé en lo muy registrados que están los momentos y lugares por los que nos movemos diariamente. Esta semana alguien de Ohio decidió duplicar mí tarjeta bancaria y gastarse un poco de dinerito en una gasolinera (que deduzco debía ser el punto de venta de más interés de la localidad). La historia viene a que cuando me llamaron del banco para confirmar mis gastos me di cuenta que podían casi seguir mis pasos, donde he cenado, donde he ido a la compra, si he vuelto a casa en taxi o en metro, si decidí salir de copas o preferí volver a casa… en fin, que en un momento reconstruyeron mi semana y si hubieran seguido atrás hubieran podido reconstruir mis 1095 días en NY. Es curioso que aquí como todo se paga con tarjeta es una lista más que agregar a nuestras vidas.

Todo el rato generamos listas y esas nos llevan a recuerdos, momentos y miradas. Estoy pensando en empezar de nuevo mi listado diario. Aunque ya hace tiempo que me di cuenta de algo, que esa última copa con aquellos a los que dije adiós, o esa compra para hacer prepar la cena un lunes cualquiera, o quedarme hablando para no colgar esa llamada mientras nevaba incesantemente en pleno febrero, en relidad no necesitan listas ni apuntarla en ninguna parte. Hace ya tiempo que descubri la imposibilidad de olvidarlas. Simplemente porque sin ellas esto no hubiera sido esto, ni esto seria mi Nueva York.

Thursday, August 18, 2011

Aceite y sal

La insatisfacción es una condición que creo que viene dada (o al menos potenciada) con ser neoyorquino. Bueno no se si es tanto la insatisfacción, igual mejor llamémoslo exigencia, aunque muchas veces van de la mano. Eso y complicarse la vida.


Poder entrar a un restaurante y que te den la opción de cambiar cualquier ingrediente en un plato, casi que ese filete pase por tantos cambios que al final se convierte en un trozo de merluza, (el cual obviamente puedes devolver si no es de tu exacto gusto) cría así a la sociedad de la exigencia, la que cree que todo puede customizar.
Y en el extremo opuesto luchan por  alcanzar esa simpleza que para el resto del planeta es simplemente eso, simple. Pero en Nueva York lo sencillo lleva más trabajo. Los restaurantes compiten por dejar de complicarse la vida y a los críticos gastronómicos les encanta alabar esa perseguida sencillez.
Nueva York tiene uno de los puertos de pescado más grandes del mundo, Fulton Fish Market . Es de hecho el mayor mercado de pescado de Norteamérica, (que por cierto contrastando este dato he descubierto que, después de Tokio, al parecer el segundo mayor mercado pesquero mundial es Madrid) y pese a eso un pescado a la plancha con sal y aceite es un plato de lo más difícil de comer en NY.
El toque mediterráneo de la cocina simple, el de las gambas a la plancha, los boquerones, o los chipirones… es el más complicado de localizar. El otro día entre a Eataly, un supermercado-universo gastronómico italiano que ha abierto el magnate Mario Batali, a quien ya he mencionado en un post anterior. Según dicen es “el mercado más grande de comida y vino artesanal italiano del mundo”, y la zona de pescado se parecía bastante al mercado de mi pueblo, y me hizo mucha ilusión.
Ya mencione anteriormente que me gusta leer blogs, revistas, columnas de cocina... Una institución en la ciudad es Mark Bittman, escritor de gastronomía en el New York Times. El otro día vi en el ese periódico, en una página entera de la revista del dominical, probablemente una de las páginas con el valor publicitario más caro del país, una receta de Ferran Adrià de pan con chocolate rallado, aceite y sal. 4 ingredientes, claros y básicos. (Ah, curiosidad, el corrector de Word reconoce la palabra Adrià con acento a la catalana si lleva el nombre Ferrán delante…)
Y uno se pregunta si no será que los neoyorquinos a veces se complican demasiado la vida. Siempre digo, y lo mantengo, que aquí uno encuentra de todo en el supermercado, aunque a ratos me doy cuenta que a veces les falta el ingrediente básico: la simplicidad.
Por eso con mi amiga Elena que sueña con abrir un restaurante en Manhattan (o seguramente, en su defecto, en Barcelona, Pals, Formentera o San Francisco) hablamos de cómo un tomate con sal y aceite les trae a todos de cabeza. Seguramente porque es tan sencillo que a muchos no se les había ocurrido.

Tuesday, June 28, 2011

La línea del cielo

Me sabe fatal decirlo pero a ratos me arrepiento de tener un blog. Es una cosa más en mi lista de cosas que hacer, que además en Nueva York ya de por sí suele ser bastante infinita. Hoy venía en el metro diciéndome a mí misma: “Va, piensa un tema! Será por temas! No puede ser no se te ocurra”.

Total, que como suele pasar en Nueva York (aunque suena a tópico total) las cosas te pillan de sorpresa y mientras cruzaba el metro el puente de Williamsburg me di cuenta que necesito dedicarle al skyline una entrada.  
No sé qué tengo con el skyline de Nueva York que ejerce un extraño poder sobre mí. Me llena de impresión y nostalgia en los momentos más inesperados. Una (simple) silueta que se me ha aparecido mientras me estrujaba a pensar temas esta mañana.

Últimamente he variado mi ruta al trabajo. Camino más para llegar a la parada al metro (algo que en invierno no es negociable) y a cambio tomo un metro que cruza el puente de Williamsburg en vez de la ruta bajo el agua, la del East River.
 
Y me pasa una cosa curiosa, mencione el post en el que hablaba de JFK sobre esa sensación de tener un nudo en el estómago cada vez que te aproximas a NY y ves el skyline, pues ahora tomando esta línea me pasa a diario. Y resulta curioso porque siempre pienso que un sentimiento tan inesperado es… pues eso, inesperado. Y es raro que la secuencia matutina sea: llevo las llaves? Sí. A ver aprovecho para llamar a mi madre camino al metro; saludo al puertorriqueño del deli; ufff a ver saca la Metrocard; que bien que justo llega el metro; ah espera que me da un vuelco al corazón con el skyline.

Ahora me re enamoro de Nueva York cada mañana bajo el embrujo de esa línea en el cielo. Que por cierto ni siquiera tiene una palabra propia para definirla en español. Deberíamos inventarla cuanto antes.
No solo es NY. Me pasa con de Barcelona cuando aterrizo llegando por el mar y la veo a lo lejos, me pasaba estudiando en Segovia al venir en coche por una de esas carreteras de la Mancha. La larga línea recta y de repente como un espejismo: la magia del alcázar y la catedral.


Y ahora me pasa en NY. Y admito que realmente en skyline de NY es brutal. Parece de cartón, con siluetas perfectas. Y de ahí viene esa sensación de vivir en una escena de cine. Es una rara sensación de llegar a la conquista de la ciudad. Mañana tras mañana.
Igual voy a retirar lo dicho. No me arrepiento de tener un blog. Sino no le hubiera dedicado unos minutos más de la cuenta esta mañana a mirar el skyline y darme cuenta que no hay tantas cosas que te den un vuelco al corazón y menos aún a las 8.25 am de la mañana. Infalible (excepto en días de niebla), es mi nueva sorpresa “inesperada” garantizada, esa línea que separa a Nueva York del cielo.

Sunday, June 5, 2011

Miradas


El otro día iba al Upper West Side y me subí a la línea 1 del metro y viajaba una mujer con un burka. Nunca había visto a nadie con un burka, y eso que en el metro de Nueva York es difícil no haber visto algo. Pero una mujer tapada de cabeza a pies no me había tocado hasta entonces.

Era una de esas situaciones en las que no quieres mirar, pero tienes un imán…  Así que para evitarlo me puse a mirar muy fijamente el mapa del metro a su izquierda como si estuviera planeando un viaje de 3 semanas por el subsuelo neoyorquino. Aún así de reojo la veía y lo mas curioso era pensar que ella nos veía a todos, y podía mirar con descaro si le apetecía.

Y me puse a pensar que en esta ciudad, la gente cuando va en el ascensor y en el metro o se mira poco o demasiado. Y los novios o ni se tocan o se besan apasionados. Y la gente o no levanta la voz o está peleándose y llorando (eso lo había visto antes, por la mañana, en otra linea). Y en el ascensor o ni te saludan, o te hablan sin parar. Y como siempre en la ciudad, los extremos se vuelven a manifestar a diario, dándote pocas opciones a elegir un gris. Nueva York se vive en blanco o en negro. Y punto.

Y pensé en la gente que no tiene apuro en venir a la mesa en la que estás cenando a decirte ¨I love your dress¨. Y juro que a cualquier chica que vive en Nueva York le pasa esto una vez al mes. Que estás a punto de cruzar la calle y alguien te viene directa, como si fuera una groupie, a decirte que le encanta tu camiseta, tu peinado, tus anillo o tu bolso. Y con las mismas se va. Y ese acercamiento de un extraño, así de la nada, la primera vez que te pasa te pilla muy por sorpresa, porque llevas días que nadie te saluda en el ascensor.

Contaba hace un tiempo, en el post de llegadas, que me encantaba imaginarme las historias de la gente cuando estoy en JFK. Y este pasatiempo tambien me gusta en el metro. Lo único que has de ser más rápido e imaginativo, porque a veces sólo tienes menos de un minuto entre una y otra parada. Y por eso no podía parar de pensar en la mujer del burka. Porque ella también estaba intercambiando miradas detrás de la rejilla negra, pero sin la opción de descifrar su mensaje.

Y llegó mi parada y me tenía que bajar. Y pensé en los extremos y en lo que significa vivir en una isla. Y en que la palabra aislada es isla. Manhattan es ese lugar en el que eliges tu extremo: si quieres interactruar y cruzar miradas y te apetece saludar en el ascensor entonces sueles vivir en el blanco; y sino pues te aislas y rehuyes intercambiar ni una mirada, entonces eres el negro. Y aunque no lo tengas claro, con el tiempo te posicionas, y la ciudad le acaba ganando la batalla al gris.

Monday, May 23, 2011

De temporada

En Nueva York les encanta el concepto “de temporada”. Las cartas de los restaurantes todas quieren inundarse de productos del tiempo y les da por un ingrediente una semana y te lo encuentras (literal) hasta en la sopa.

El otro día fui a cenar a Esca, el restaurante de Mario Batali (magnate de la restauración neoyorquina, cuyo perfil en Wikipedia especifica en el primer párrafo que su imagen es la de vestir pantalón corto y zapatos marca crocks naranja, raro detalle. Pero tiene 16 restaurantes sin una mesa libre, noche tras noche).

Volviendo a la historia,  cuando la camarera leyó los ´specials´ (ahora comento este punto) creo que 8 de 9 llevaban rhubarb. Rhubarb es una especie de planta que se parece a la acelga pero es roja, la verdad no se explicarlo, y he ido a wordreference para buscar la traducción y me pone ruibarbo, así que me he quedado igual. El caso es que todo llevaba, desde los entrantes hasta el postre. Era tan exagerado el tema que me vi obligada a preguntarle a la camarera si había habido una sobreproducción esta primavera.

Además ese día había ido a brunch y me habían servido mermelada de ruibarbo, y ya me estaba pareciendo hasta broma. Pero me dijo la camarera que es que era muy de temporada y que su máxima era usar los productos más frescos. Al final decidimos pedir cualquier cosa que no llevase ruibarbo, y cenamos muy bien (aunque fuera de temporada supongo…)

A ver, que en España también hay cosas de temporada, desde la alcachofa hasta las setas o el guisante, pero no es para tanto y normalmente sabes explicar lo que es... Que conste que defiendo a capa y espada el producto de temporada, pero a veces se pasan y tampoco apetece.

Y eso me dio que pensar sobre las cartas neoyorquinas. Es una cosa rara, hay elementos que están sí o sí, y cuando no están sorprende. Son los productos en eterna temporada y pueden ser bastante dispares (y no estoy hablando de hamburguesas ni cheesecake). Por poner dos ejemplos: las coles de Bruselas y la remolacha. Elementos completamente al azar, sin relación alguna. Ensalada de remolacha y coles de Bruselas, no fallan. Y con el tiempo les he cogido cariño.

Quiero volver al tema de los “specials”. Los especiales del día. En principio van a ser 3 o 4, te los van a leer muy rápido (no los vas a entender), va a haber 10 tipos de aderezos para la ensalada, vas a intentar entender una sola palabra de cada uno, y todo va a suceder en minuto y medio. Es como un monologo de los de risa. Parecido.

Hay otro restaurante en Williamsburg, que me gusta, sobretodo para llevar a quienes vienen de visita, se llama Diner. Es como un Diner antiguo de los cincuenta, bueno sin el como, porque de hecho es uno reformado, que sirve comida para modernos hipsters, todo muy orgánico y del día. Y ahí todos son specials, la carta entera, y te la escriben en el mantel, y todo tiene mínimo 13 ingredientes por plato y (garantizado) no entiendes, conoces ni te suenan mas de 2 ingredientes de los que te mencionan.  

El otro día llevé a unas amigas. Empecé a la española, le pregunté al camarero que me repitiese el especial 3 y el que llevaba pollo. Le pedí explicación sobre algunos de los 19 ingredientes. Me acabó dibujando una planta en el mantel, que comentamos que quizá era una ortiga, no sabíamos. Al final acabé a la neoyorquina: “voy a pedir ese que has dicho que tenía huevo”, y punto. Los otro 18 ingredientes los dejas a la suerte. Creo que comí pesto de ortigas, no estoy segura. Y ahora me estoy acordando, y va a sonar a cachondeo, que una de mis amigas pidió unos pancakes y llevaban Rhubarb. Estoy esperando el día en que el jamón esté de temporada, igual ahí cambiará toda la historia.

Wednesday, May 11, 2011

El tren

La relación amor/odio que usualmente se tiene por Nueva York puede plasmarse en sus dos estaciones de trenes, una que instantáneamente amas, la de Grand Central, y otra que por mucho que te esfuerces y trates de entenderla y desarrollar un cariño por ella no hay manera. Esa es Penn Station.

Grand Central es una obra de arte, es preciosa y puedes viajar al siglo XIX con pasearte por su vestíbulo principal. Está ese reloj peliculero que dicen tiene un valor de 20 millones de dólares, o el Campbell Apartment, ahora un bar de cocktails dentro de la estación y originalmente el despacho del magnate John Campbell.

Y al oeste de Manhattan está Penn Station, a la que maldices cuando te toca hacer un viaje de largo recorrido. Una cosa sin sentido es que hacen esperar hasta diez minutos antes de la salida para anunciarte en que vía está estacionado el tren. Esto hace que cientos de personas estén embobadas mirando una pantalla con un “ preparados, listos, ya!” para salir corriendo cuando anuncian la vía. Igual tiene algún motivo logístico. Probablemente. Aquí todo tiene una finalidad práctica. Pero son de esas cosas que uno no acaba de entender que sucedan en el primerísimo mundo. 
Grand Central tiene desde comida china para llevar hasta los restaurantes más distinguidos (entre ellos el famoso Oyster’s Bar); Penn Station te ofrece pizza o bocadillos en plástico, lo cual hace menos apetecible empezar un viaje.


Lo bueno de Nueva York es que es bastante sincera y te muestra lo que hay. Y normalmente suele ser una doble cara pero no en el sentido de un lado oculto, sino  de dos caras de la moneda. Es una ciudad que te dice alto y claro: estoy sucia, tengo basura en la calle y ratas en el metro. Pero a la vez también te cuenta: tengo la economía del mundo concentrada en mis calles, te ofrezco el mejor arte y moda del planeta ah, y tengo toda la comida del universo por ofrecer.
Y en esa doble cara de la moneda te ofrece Grand Central y Penn Station.  Y cuando te enseña un lado la amas, y luego has de tomar un tren a Boston y la odias. Pero como el yin y el yang, sin esa Penn Station de Nueva York tampoco existiría Granc Central. Ambas ciudades se complementan y necesitan. Y sin ambas caras no se llamaría Nueva York. Simplemente sería otro lugar. 

Wednesday, April 27, 2011

Rareces



Ya sé que parece que porque sea NY todo pase aquí. Pero las coincidencias en esta ciudad son uno de sus elementos mágicos que me maravillan. El tema da para muchos posts: tengo demasiadas amigas que han nacido de las coincidencias, tengo demasiadas anécdotas de situaciones que me dejaron boquiabierta porque eran fruto de las coincidencias, pero de momento voy a hablar de algunas coincidencias que se unen a otro tema: la necesidad de inventarse eventos raros que tienen los neoyorquinos.
Hace un par de veranos volvía de Barcelona a Nueva York vía Zurich. Eran esos tiempos en los que no había descubierto que volar directo eran una inversión a veces muy rentable. Se sentó a mi lado en el avión una chica que regresaba a Nueva York y, como suele pasarme en los aviones, me habló sin parar de su vida las 7 horas de vuelo.
Meses después descubrimos, a través de un email en cadena, que una de mis mejores amigas en Nueva York había ido una vez a ver una habitación que la chica alquilaba en su piso. A su vez, la chica del avión me presento a una buena amiga suya, una periodista en Nueva York. Toda esta cadena me lleva al tema que comentaba antes: la necesidad y fascinación por crear eventos raros que tienen los neoyorquinos.
La amiga reportera es periodista de viajes. Es de esas que cuando actualiza su Facebook está siempre nadando en playas de Venezuela o buceando en un arrecife Australiano o haciendo trekking en las selvas de Colombia. El caso es que en uno de esos viajes la “atacó” mientras nadaba un pez extraño llamado Barracuda.
A la vuelta a NY se le ocurrió vengarse de este acontecimiento y cocinar Barracuda para todos sus amigos. De repente lo que empezó como algo anecdótico se ha convertido un evento gourmet, con página web incluida. Vale 45 dólares por persona y consiste en ir a una cena de tres tiempos de peces marinos exóticos.
La prensa ha hablado de ello. Desde el New York Daily News hasta el New York Magazine. Porque vuelvo a insistir que a los neoyorquinos nada les hace más feliz que los eventos esperpénticos. Una iglesia abandonada sede de un evento artístico de video proyección que sirve comida orgánica de una granja cocinado por una abuela de 98 años? Por supuesto existe.
Y eso me hace pensar en Nueva York y su capacidad para diluir la palabra ‘raro’  o ‘curioso’. Si alguien tiene una idea, por muy peculiar que crea que sea, que venga a Nueva York que seguro hay cien personas que ya la pensaron antes. Si tienes una afición o un interés y te sientes que nadie te entiende ni la comparte, vente a Nueva York y únete a las masas. Tu cerebro ha de ser muy rápido para que te tachen de creativo en Nueva York.  
De ahí la energía de la ciudad. De la constante búsqueda de reinventarse y crear rareces, aunque eso acabe significando sentarse en una mesa para comer alligator carpaccio y cocodrilo al curry, que (en serio) es el caso.

Saturday, April 16, 2011

Las Vegas

Hoy hago la excepción y traigo a un artista invitado: la ciudad de Las Vegas. He vuelto recientement de Vegas y es uno de esos lugares, de los pocos que conozco, que te obliga a rebuscar entre los adjetivos más extremos para encontrar un modo de describirlo. Y entre lujo, gourmet, barato, plástico, alcohol, humo y dinero; entre todo, ahí vive Las Vegas.

Cuando uno aterriza en Nueva York lo hace rodeado de agua, con el Hudson River y el East River bordeando la ciudad, y el Atlántico al fondo. Cuando uno aterriza en Vegas lo hace entre arena, y de la nada, en medio del desierto, aparece como un espejismo la ciudad plastificada.

Cuando piensas en Nueva York y Vegas inicialmente piensas que tienen muy pocas cosas en común. Pero resulta que las pocas que sí tienen son sorprendentemente parecidas. A ambas les fascina el uso abusivo del aire acondicionado, la obsesión por los restaurantes, los escaparates con las marcas más caras del planeta, las temperaturas extremas, el dinero y las luces.

Vegas es Disneylandia para adultos. La gran diferencia es que se substituye la tienda de golosinas por los bares de copas y la media de horas de sueño es mucho menor. Vegas nunca quiere saber qué hora es. La gente mira poco el reloj y el hecho de que no haya ventanas al exterior crea la idea de vivir en un mundo de ensueño en el que no se sabe si es noche o día, todo ello mientras sacan a chorro oxígeno por las salidas del aire acondicionado para que no te duermas.

En Nueva York en cambio uno no olvida nunca la hora que es. Es imposible huir del reloj ni de las horas exactas. La ciudad de Nueva York está cronometrada. No se puede perder el tiempo, en cambio a Vegas casi siempre se va a eso.

Nueva York y Vegas coinciden en un componente básico: el azar. Vegas vive del azar y de la búsqueda de la combinación ganadora. Nueva York también representa esa búsqueda de la persecución de un sueño. La gran diferencia entre ambas es que a Vegas se va para un tiempo, se va a jugar un rol, a ser actor por unos días, pero el mayor porcentaje de quienes pasean sus calles están de paso, uno siempre deja Vegas. En Nueva York, en cambio, el juego nunca se acaba.

Y en cierto modo ambas ciudades son islas. Son lugares aislados en el que conviven los extremos y donde las cosas que empezaban siendo extrañas y curiosas acaban siendo simplemente cotidianas. Manhattan es la isla entre agua y Vegas es la isla entre desierto y para ambas las luces y el azar son su oxígeno y su mayor miedo son las palabras  ´Game Over´.

Wednesday, April 6, 2011

Ganadores



Cada día, cuando subo las escaleras del metro en Union Square leo una frase (que aún no he logrado descifrar si es publicitaria o no), de esas en las que cada palabra está pegada a un escalón… y pone… “ If you´re not first you´re last, that´s how winners think” (Si no llegas primero llegas último, así es como piensan los ganadores). Algo que la verdad uno no suele uno tener ganas de leer a las 8.15 de la mañana mientras sube con cientos de personas esas escaleras en las que nunca vas a ser primero. Así que básicamente, todo el mundo que sube esas escaleras se siente perdedor a las 8.17 cuando llega al final del tramo.

Estados Unidos es una inmensa universidad que se dedica a crear ganadores. Y desde pequeños los valores de sacrificio y entrega son mucho más difundidos que en cualquier lugar. Así como la importancia de liderazgo. Y por eso la gente corre por las escaleras del metro para ver si algún día llegan primeros.

Aquí llegar a la hora es básico en un trabajo. Muy básico. Y de hecho, si puedes llegar 10 minutos antes, mejor. A cambio en mi empresa puedes desayunar cada día gratis los cereales, fruta… etc. que hay en la cocina. Por eso ya no te importa correr tanto por las escaleras.  Sobretodo los viernes, cuando hacemos Friday Breakfasts y nos compran el desayuno cada viernes en un lugar distinto. Y descubres la cantidad de cosas que puede uno desayunar a las 9 a.m. en Nueva York (desde pizzas de desayuno, a los breakfast burritos que preparan en el mexicano o los clásicos huevos con bacon y patatas).

Yo he aportado mi granito cultural, y les he enseñado lo que ya llamamos el ´Spanish Breakfast´: el clásico pan con quesos y jamón. No tiene mucho misterio, pero desde aquel día que lo sugerí y fueron a Dean and Deluca (la tienda gourmet por excelencia de Nueva York) a comprarlo, les parece la opción más exótica que hay. Y ahora sólo toca ese desayuno en las ocasiones especiales.

Todo el mundo que trabaja en Nueva York sabe exactamente en qué vagón de metro tiene que subirse para optimizar el tiempo y salir exacto donde necesita. No es sólo para ir a trabajar, al final ya lo sabes y punto. Y necesitas subirte en ese vagón porque te va a ahorrar 5 minutos de tiempo. Y eso es en NY lo que es ser el verdadero winner. Aunque luego esperes una hora para la mesa del restaurante o los 20 minutos de cola del supermercado. Simplemente sabiendo pasar el menor tiempo bajo tierra te da el título de neoyorquino experimentado.

A veces la gente se encuentra en el metro con un amigo en el andén. Y prefieren viajar separados porque cada uno quiere viajar en su vagón, el que le deja junto a su salida. Es curioso, pero igual así es como se construyen los winners.

En realidad pienso que aquel que se sube en cualquier andén. El que no  ha pensado dónde se conectaban las líneas. El que perdió 4 minutos en el pasillo de la estación. El que sacrificó su elección de vagón para viajar con su amigo y se rió mientras le contaba aquella fiesta absurda a la que fue el jueves. Ahí está el winner. El que le ganó la batalla a la vorágine y la planificación y el que miraba hacia adelante mientras tarareaba una canción y no tuvo tiempo a leer el mensaje en los escalones del metro.

Monday, March 28, 2011

El destape

Hay algunas cosas que he aprendido después de una temporada en Nueva York. Una de ellas es que si en cualquier lugar del mundo las cosas pueden cambiar en un segundo, en NY creo pueden hacerlo en medio. Para bien y para mal.
Hace algunas semanas hubo un fin de semana de calorcito, y me entraron ganas de hablar de la primavera, y de la cirugía estética a la que se ve sometida la ciudad para dar la bienvenida a la estación. Pero entonces se puso a nevar y como que ya no tenía sentido.
Pero quién sabe, igual hablando de ella la primavera se anima y se deja caer por aquí. Que después de medio año con chaquetas de plumas, y las botas rellenas de pelo, creo que ya nos toca.
Primavera es la estación del año por excelencia en NY. Como dije antes, es una cirugía, un lifting rejuvenecedor, en el que todo cambia y se transforma. Un buen día sale el sol, y parece que todos y cada uno de los locales de la ciudad tienen terraza, jardín trasero, rooftop en las azoteas... Es el destape absoluto después de muchas (infinitas) semanas de invierno, y de nieve, y de viento, y de más nieve...
Entonces llega el gran día. La mañana en la que el termómetro supera los 5 grados y oficialmente ha llegado la primavera. Y las chicas salen todas en shorts, aunque… hace 12 grados. Aquí se lleva mucho el short, así que basta un rayito para la llegada del destape y las piernas al aire. Pero para mucha gente parece que haga 30 grados, después de demasiados meses con un termómetro qué… mejor ni mirarlo.
Es como la sensación de estar sentado muchas horas, que cuando te levantas quieres ir paseando a todas partes, el rumbo es lo de menos. Eso es primavera y Nueva York. La gente camina 40 calles sin pensarlo, bajan las ventas de tarjetas Metrocard- las del metro- (esto dato no está contrastado pero estaría bien averiguarlo). Y las terrazas se desbordan. Nadie ama más una terraza que un neoyorquino.
Y todo el mundo camina más ligero por la calle,  quizá con diez kilos menos, porque se han dejado en el armario el séquito invernal: plumón, bufanda, gorro, guantes, botas con pelo. Y después de muchos días de sentir el famoso wind chill factor (que es cuando los meteorólogos te dicen, no está mal hace menos 5 grados, eso sí, tengan en cuenta que con el viento la sensación es de -32), la espera ha valido la pena y hay que salir a celebrar.
La primavera creo que es la fiesta más grande que existe en la ciudad. No tiene un día fijo en el calendario, a veces el sol asoma un 10 de marzo, o a veces la tortura puede alargarse al 7 de abril, pero, llegue cuando llegue, todo el mundo está preparado para salir y rendirle un buen homenaje a la patrona de los neoyorquinos… y de los shorts.

Thursday, March 24, 2011

High-cost

En Nueva York hay cosas que es imposible encontrar en versión barata. Con el tiempo uno lo asume, paga, y deja de buscar.
La primera cosa son los hoteles. Cuanta gente que vive en NY ha recibido un correo o una llamada de un amigo pidiendo que recomiende un hotel normalito, barato, sencillito…? Pues no señores, eso aquí no existe. Igual hay alguno a una hora de viaje en metro más baratito, puede ser. Pero que nadie pretenda venir a Manhattan y pagar poco por una habitación de hotel. Es casi imposible.
Nueva York tiene un problema: mucha gente y poco espacio. Y otro problema añadido: gente llegando a manadas a instalarse en la ciudad. Por eso pagamos precios de palacio por alquilar habitaciones. Y por eso el coste de las estancias en hoteles parece que incluyan un armario con vestuario Chanel o un mayordomo 24 horas preparando caipiriñas.
Estaría bien lo de las caipiriñas, sobretodo porque otra cosa que no existe barata en la ciudad es alcohol. Es casi imposible encontrar una copa de vino a menos de 10 dólares: la copa. Y no precisamente del mejor reserva.
 La última vez que estuve en España tardé unos minutos en entender que esa carta de vinos, donde ponía un número 14, se refería al precio de la botella entera. Y ese día me sentí un pasito más cerca de los turistas que se emborrachan en las costas españolas.
A cambio cualquier restaurante te da agua (tap, la del grifo) gratis. Una estrategia de ventas muy sencilla ha sido la de poner agua del grifo llena de hielos, creo que mucha gente al tener agua gratis decide tomarse un vino. Por eso el gran invento son los BYOB (Bring Your Own Bottle), restaurantes que te dejan aparecer con tu botella de vino a la mesa y cenar.
Bueno, y las copas de alcohol son un tema aparte. Una copa como todos visualizamos: vaso de tubo -si puede ser ancho-, hielos, botellín de 200ml… todo eso es un espejismo. Aquí las copas son diminutas, en un vasito bajo, y con una mezcla que sale de un sifón del que nadie sabe y nadie pregunta. A cambio, para poder evitarte ciertos gintonics, están los cocktails, pero eso da para todo un nuevo post que ya llegará.
Pero luego hay cosas gratuitas que son las que colaboran en potenciar tu romance con Nueva York, como cruzar la estación de Grand Central. Una obra de arte en la que se mezclan a diario turistas que pasean haciendo fotos con los trajeados de Midtown que caminan en tropel con la mirada al frente, el paso acelerado y el café para llevar.
O la vista de la terraza del Metropolitan Museum (el MET) con el parque enmarcado por rascacielos. Bueno en realidad no es gratuita, es “ la voluntad”, pero con 1 dólar y poco pudor, basta.  O sentarse al aire libre en verano ante  la pantalla gigante de cine de Bryant Park en pleno Midtown mientras ves Bonnie and Clyde. O entrar a la New York Public Library y pasear por Central Park, que incluso ofrece tours gratuitos por algunas partes del parque. Aquí los tours se llevan, y varios lugares de la ciudad, incluyendo Grand Central, los ofrecen.
Todos y cada uno de los lugares que acabo de mencionar son grandes tópicos de Nueva York. Cualquier guía te va a apuntar a ellos. Pero hay algunos tópicos que son ciertos, y hay que usarlos. Como el de... hay cosas que no tienen precio.
El mejor plan en Nueva York siempre es pasear, pasear mucho hasta que te duelan los pies de tanto asfalto. Y llevar un billete de 20 dólares en el bolsillo para acabar el día tomando un vino mientras disfrutas de la mejor actividad gratuita que ofrece Nueva York: la de simplemente observarla.

Thursday, March 17, 2011

Las agendas

We are always getting ready to live but not living” (siempre nos estamos preparando para vivir pero no viviendo). Esa es la frase que leí ayer en el metro como parte de un anuncio para una iglesia en Downtown Manhattan. Mi post no va a hablar del marketing de la fe, aunque daría para mucho, nunca he visto campañas de comunicación para captar a fieles más agresivas que las lanzan en Estados Unidos. Mi vagón entero del metro estaba empapelado con anuncios eclesiástico. Curioso, como poco.
La frase me recordó a la de “la vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Y pensé en las agendas neoyorquinas y la necesidad de planificar con tres semanas de antelación. Todo el mundo pasa la vida planeando y coordinando, y la improvisación se convierte en una fobia a lo desconocido, a no tener control. Y volviendo al tema restaurantes ahí encontramos un claro ejemplo, hay restaurantes en Nueva York que necesitas reservar con un mes de antelación, un mes exacto! El 12 de enero llamas para una mesa el 12 de febrero, ni un día más ni menos. Y la gente aprende a vivir en el futuro, a un mes vista.
Como muchas otras cosas de la ciudad (como la que ya mencioné de esperar 2 horas para comer) , la primera vez que te ocurren te resultan incomprensibles y absurdas, pero luego te atrapa el reloj interno que mueve a Nueva York y poco a poco te conviertes en neoyorquino, aunque sea temporal. Nadie puede vivir en esta ciudad sin convertirse en neoyorquino, el poder de la ciudad hace que no puedas luchar contra ella, ni quieras. Porque además, precisamente es esa vorágine la que te hizo enamorarte de ella.
Por eso ahora a veces necesito 2 semanas para buscar un día en el que pueda coincidir con dos amigas para cenar.  O puede pasar un mes en el que dos personas traten de verse y los horarios nunca coincidan. Y eso es Nueva York y lo que es ser neoyorquino. Cuando llegas a esta ciudad sueles hacerlo enamorado de ella, y si te quedas un ratito normalmente eliges casarte, para lo bueno y para lo malo.  
Nueva York es una relación. Un día te vuelve loca. El otro no la entiendes. Un día te peleas y quieres dejarla y al siguiente te reconcilias y te reafirmas en que no puedes vivir sin ella. Es un eterno tira y afloja. A veces piensas si realmente es lo que necesitas, si te da lo que quieres, pero cuando te alejas un tiempo la echas de menos y tienes muchas ganas de verla.
Pero luego  también existe una resistencia a Nueva York. Los españoles de esta ciudad aprenden a adaptarse y se enamoran y se casan con la ciudad. Pero siempre queda esa parte de nosotros que nunca va a cambiar, ni por todo el amor del mundo. Y por eso aún nos llamamos saliendo del trabajo para decir “Oye donde estas? Tomamos algo?”. Y en ese momento no existen las agendas, solo el aquí y el ahora. Y cuando esto ocurre, Nueva York nos mira incrédula y no entiende nada. Pero, como nos quiere, sonríe y nos deja hacerlo a nuestra manera. 

Sunday, March 13, 2011

El canal Buttermilk



Me encanta comer, cocinar y los restaurantes. Nueva York ha sido mi musa y no deja de sorprenderme. Tengo una lista en mi teléfono de restaurantes a los que quiero ir, y otra de los restaurantes que me gustaría repetir. La primera lista es un monstruo que crece sin parar. Creo que he de dejar de leer las secciones de restaurantes de todas las revistas y periódicos de la ciudad, y sacar los blogs de comida de mis favoritos, igual vivir en la ignorancia culinaria haría muy feliz a mi cuenta corriente.

Intento, siempre que hay plan de comer fuera, probar uno nuevo de la lista. Otra cosa que me encanta es recomendarle a alguien un restaurante y que vaya le guste mucho. Es genial que otros tengan un momento feliz comiendo y haber sido mínimamente cómplice. 

El otro día decidí regalarle de cumpleaños a una amiga mía una cena. Fuimos a cenar a Carroll Gardens, un barrio de Brooklyn. Lo bueno de Nueva York es que no sabes porqué la ciudad logra que pierdas la pereza de subirte a un metro con el fin exclusivo de ir a un bar, a un restaurante, a una exposición o a ver un árbol muy bonito del que te ha hablado el vecino de tu amigo. Es raro, creo que las revoluciones por minuto de energía de los neoyorquinos van a un ritmo más acelerado de lo habitual.

El restaurante se llama Buttermilk Channel.  Este nombre tan gastronómico es de hecho el de un canal de Nueva York que divide Brooklyn de la isla de Governors Island. Dicen que el nombre viene de  los granjeros que cruzaban con sus barcos a vender leche a Manhattan y que las corrientes eran tan fuertes y el viaje tan movido que la leche de los granjeros se convertía en mantequilla. Otra leyenda dice que hace tiempo, en marea baja, cruzaban las vacas a pastar a Governors Island. No se, todo esto lo dice Wikipedia y la web del restaurante.  Nueva York está llena de leyendas de este tipo.

El caso es (volviendo al restaurante) que obviamente esperamos una hora y media, marca registrada NYC.  Pero te dejaban apuntar tu teléfono para llamarte y que no estuvieses de pie en medio del local como pasa con muchos otros lugares. Buena idea, aunque sea por una mera cuestión estética de no tener a gente hambrienta a la puerta de tu local.

En Buttermilk nos encontramos con otras marcas registradas de Nueva York: el jarrón gigante con las flores, los cocktails con ocho ingredientes, una hamburguesa en el menú, ostras, y pollo frito (que por lo visto es la nueva moda en NY).

 Mi lista de lugares para repetir se alegró de sumar un nuevo amigo. Muchas veces las excursiones en metro, cuando no son a las 8.15 am, te dan una alegría.

Wednesday, March 9, 2011

La lista de la compra

Mi madre siempre dice que cuando viajas, para conocer un país, debes entrar en sus mercados. Y Nueva York no rompe la regla. Los supermercados son todo un mundo en la ciudad.
Lo primero sorprendente es que los supermercados situados en el centro (no los que están a las afueras y las gente conduce a la compra) tienen la peculiaridad de que se premia a quienes van a comprar más de 10 artículos. En otros países la línea rápida es precisamente en la que llevas menos de 10 cosas, pues aquí lo contrario. Lo cual revela varios detalles: que mucha gente de Manhattan compra únicamente para uno mismo, que la mayoría de cocinas son tan pequeñas que la gente no tiene sitio para almacenar (que obviamente la despensa es una palabra inexistente), que hay muchos neoyorquinos que no cocinan nada en sus casa y que muchos de quienes hacen cola para pagar van a compartir vagón de metro para llegar a casa y más de dos bolsas son difíciles de cargar.
Luego mucha gente es fan de pedir la comida por Internet. Yo, de momento, sigo en la vieja escuela, un vestido por Internet no lo compro porque no sé que textura va a tener y una manzana tampoco por el mismo motivo. Aunque viendo las colas a veces apetece. Hay un súper muy popular en Manhattan que creo que varia gente debe haber escrito su tesis doctoral esperando para pagar, porque (y no es broma) que la cola suele serpentear dentro de los pasillos del súper hasta llegar a la salida.
En los supermercados de Manhattan apenas se empujan carritos de la compra y tampoco se ven muchas listas de la compra. De hecho, hay más colas en los restaurantes que en los supermercados, y mucha gente come a diario comida para llevar. Obviamente no es todo el mundo, no se puede generalizar, pero mucho se puede saber de la ciudad mirando dentro de las cestas del supermercado.
Luego está el furor orgánico. Hay un supermercado cerca de mi casa que vende hasta el típico palillo de madera de bar orgánico. Y la gente paga cinco veces más por cualquier cosa con el apellido orgánico. Además a los neoyorquinos les gusta la información. Mucha y constante. Por eso los supermercados te avisan de qué hierba han comido las vacas, de si los pollos andaban sueltos por las granjas y te comentan de qué pradera viene cada fruta y verdura.
Pero algo bonito en Nueva York es que puedes entrar en algunos supermercados y transportarte a cualquier parte del mundo. Asi que a veces me paseo y por un ratito viajo a casa. De repente cruzo un pasillo y veo una lata de bonito del norte, y luego en aquella esquina están las tortas de anís Inés, ah, y queso de Menorca, el de Mahón! El otro día entré y me compré unos quicos. Esperé para pagar, con mi cesta llena de nostalgia, en la cola rápida con mis más de 10 artículos.

Thursday, March 3, 2011

Llegadas


Hoy estaba en el aeropuerto de JFK en Nueva York. Durante la rutina de hacer malabares con las bandejas de seguridad, sacarme los zapatos, vaciar los líquidos, poner el portátil aparte,  quitarme la chaqueta,  y el bolso, subir la maleta…. estuve entretenida con uno de mis pasatiempos preferidos: mirar a la gente caminar por la terminal e imaginarme su historia. Su historia en Nueva York.

Todo el mundo tiene una historia, pero lo curioso en Nueva York es que casi todo el mundo tiene ganas de contarla.  Y luego todo el mundo tiene también muchas ganas de preguntar.

Cuando aterricé a la ciudad recuerdo llegar a un lugar y que me preguntasen ¨What do you do?¨ Y pensaba…Qué hago? Qué hago en este bar? Qué hago viniendo a Nueva York? Que hago los domingos? Pero luego descubrí que sólo es una forma de preguntar de qué trabajas. Y luego la siguiente pregunta es How long have you been here? A los neoyorquinos (que a mi parecer son tanto quienes viven aquí desde siempre como cualquiera que lleve más de… pongamos 5 años en la ciudad) les encanta saber cuánto llevas y exactamente de qué trabajas. Si es un europeo probablemente la siguiente pregunta sea cuando te vas o cuánto tienes pensado quedarte. Esta última suele contestarse con otro interrogante.

Todo esto viene a que el tiempo es esencial para aprender a sumergirte en la ciudad. De ahí a que saber el tiempo que alguien lleva en Nueva York signifique saber cuál es su nivel de compresión de las reglas urbanas. Porque NY como toda ciudad, tiene sus reglas internas que van desde entrar al fondo de todo del metro cuando te subes, a que las calles son como escaleras del metro en otras ciudades (es decir: si quieres hablar o caminar lento mientras buscas algo en tu bolsa o hablas con tu amigo pues… te pones a un lado) o que cuando te toca tu turno en un Starbucks  debes ya saber exactamente lo que vas a pedir. O que si vas a cenar a un restaurante y sois 6 no te van a sentar hasta que estéis los seis ahí presentes, aunque haya 27 mesas libres.

La primera vez que aterrizas en el aeropuerto con la maleta en la mano y te aproximas al skyline de Manhattan te entra una adrenalina inexplicable a la vez que un terror de saber que estás a punto de abrir la puerta hacia una ciudad que es un monstruo-duende, que te va a encantar y aterrorizar en partes iguales.

Cada vez que llego al aeropuerto de nuevo y veo ese skyline, me entra nuevamente ese nerviosismo emocionante. Por eso, volver a aterrizar en Nueva York es sentir, una vez más, que llego por primera vez.

Wednesday, March 2, 2011

De película

Creo que Nueva York, aunque lleves años viviendo en ella, siempre hay un momento en el que te sientes atrapado en una película y todo tiene un tinte cinematográfico.

Quienes primero visitan la ciudad descubren que el humo del cine no es un efecto y realmente sale de las alcantarillas; que para parar un taxi es cierto que hay cola y has de tirarte a la calle con la mano en alto; que se venden perritos calientes en las esquinas; que siempre hay 20 especiales en la carta del diner y una camarera que dice llamarse Molly; que todo el mundo camina con un café por la calle y que las ejecutivas en el metro visten zapatillas de deporte con traje. Y es ahí cuando todo deja de ser un efecto cinematográfico para ser la pura realidad.

Pero sí es cierto que las parejas paseando por Central Park, el Empire State de King Kong, el Wall Street de los trajes chaqueta, Times Square y sus luces o el aeropuerto JFK con sus despedidas parecen viejos conocidos, porque tantas veces se ha sentado uno cara a cara con ellos.

Y luego, después de vivir aquí un tiempo, un día estás paseando por Central Park y ves gente haciendo ejercicio; empieza a nevar en la Quinta Avenida, te sorprende una vista inesperada de la ciudad desde una terraza en el piso 50, ponen la pista de patinaje en Rockefeller Center, hay un concierto de verano en Brooklyn con vistas a Manhattan, caminas el West Village con la gente tomando vinos en sus restaurantes bajo la luz de las velas, te encuentras con miles de turistas de estampida por el SoHo, te cruzas con 3 modelos en el metro hablando de su casting, acudes a un evento de micro abierto para cómicos,  visitas una galería un jueves por la tarde en Chelsea, te invitan a una fiesta con gente de diez países distintos reunidos… y ahí es cuando te preparas para oír el “corten” y que desmonten el decorado.

Sunday, February 27, 2011

A la espera del brunch sagrado

El fin de semana en Nueva York tiene un rito sagrado: el brunch. Es la maravillosa combinación de desayuno y comida que te permite pedir un café, carne y patatas o beber vino con el plato de fruta y pasteles. En definitiva, uno de los mejores inventos culinarios que existen en la ciudad.

El domingo en muchas ciudades es sinónimo de vacío,  cerrado y calmado. En Nueva York es exactamente lo contrario: lleno (ridículamente lleno en ocasiones), abierto y bullicioso. Es el día en el que los peregrinos fieles salen hacia sus mecas gastronómicas.

Una de las cosas que muchos visitantes no entienden de Nueva York, y que de hecho realmente uno no acaba de acostumbrarse nunca, es el tiempo de espera en los sitios. En Nueva York es habitual llegar a un restaurante que no acepta reservas (porque eso ya le da cierto caché) y que la host de la entrada te mire, sonría y diga: Para una mesa de cuatro ahora mismo hay una espera de 1 hora y 45 minutos, más o menos.

La primera vez que escuché esta frase pensé… quien en su sano juicio espera 2 horas para comer??? Y luego descubres que Nueva York te hace perder el juicio y la perspectiva en ciertos momentos, porque con el tiempo algunos días te escuchas a ti mismo contestar, ok, esperaré dos horas, no problem. De modo que al final en Nueva York hay más gente en la calle esperando para comer que la gente que está de hecho comiendo. Es como si las calles fueran la eterna salita de espera.

Y luego lo entendí: la espera en un restaurante en Nueva York equivale a lo que en otro lugar sería sus estrellas Michelin. Cuantas más horas de espera, más prestigio, más ganas de entrar, más popularidad y más concentración de fieles. Por eso, en domingo, parece que hay procesión en las calles.

Y a todo se acostumbra uno y con el tiempo cuando entras a un lugar a comer y te dan una mesa sin problemas piensas… uyyy, será que no está bueno? Por qué no hay una hora de espera? Y acaba resultando que lo que te pone nervioso es precisamente no esperar.

Es irónico que en la ciudad de las prisas, el estrés, la productividad y la rapidez; la gente está dispuesta a esperar, sin problema alguno, una hora para sentarse a comer. Me pregunto cuantas empresas se crearon, amigos se conocieron, parejas se enamoraron, libros fueron leídos y conversaciones de teléfono ocurrieron mientras cientos de neoyorquinos esperaban en la calle una mesa para brunch un domingo.

Thursday, February 24, 2011

De repente... la lluvia

Varios de mis amigos españoles en NY se ríen a menudo de mí porque digo mucho la expresión “de repente”. No sabemos si es una traducción directa del suddenly, que en inglés se usa mucho, pero el caso es que NY muchas cosas suceden así, de repente.
Un ejemplo: se pone a llover y de repente aparecen vendedores de paraguas como champiñones. La gente en Nueva York está acostumbrada a necesitar algo y que se le ofrezcan demasiadas opciones. Luego la ciudad te malacostumbra, y cuando estás en un lugar en el que no se puede comprar leche a las 3 de la mañana parece que se acaba el mundo.
 Y los neoyorquinos siempre, siempre, necesitan algo. Es curioso la cantidad de gente que viene a esta ciudad porque necesita algo: un mejor trabajo, una experiencia vital, perseguir un sueño, cambiar de aires…. Y todos vienen porque creen que (casi) todo es posible en la ciudad de los sueños… y de la lluvia.
Siento insistir pero... es cierto, en Nueva York llueve. Y mucho. Probablemente la ciudad no sea conocida por su lluvia (no es Londres) pero desde luego marca todos los inviernos de quienes vivimos aquí. Cuando uno se pone las botas de agua se convierte en neoyorquino instantáneamente. Y es cierto que en Nueva York se puede conseguir casi cualquier cosa que necesites a cualquier hora del día, excepto (de repente) un taxi en un día de lluvia.

Wednesday, February 23, 2011

El camaleón

Porque para que existan sentimientos encontrados tiene que haber un punto en común, y ese es Nueva York.
Dice el famoso dicho que cada día debes hacer algo que te dé miedo...no sé si es trampa...pero hay épocas en las que me amuermo y, de repente, directamente hago algo que me aterra...como empezar un blog.
Hace unas semanas
mi hermana Elisa empezó el suyo y como, aunque nos separe un oceano, sigue siendo y será "la mayor"...pues ha abierto el camino y ya puedo seguir yo.
Nueva York, ciudades encontradas nombra esos contrastes y las muchas ciudades que he encontrado a lo largo de más de dos años en la camaleónica Nueva York. Ciudades encontradas tambien hace alusión no sólo al verbo encontrar, sino tambien al adjetivo que habla de cosas opuestas y contrarias. Y sin esas ciudades que he encontrado y que son opuestas no existiría para mi Nueva York...
La de las luces, la de las sombras, la del invierno terrible y la apasionada primavera, la ciudad del frenesí, la de los paseos, la de los artistas y los ejecutivos; la
gourmet y de la pizza (aunque pensándolo bien hay mucha pizza gourmet aquí, pero eso vendrá otro día) Y todas ellas se encuentran en el punto medio, en NY.

Ah y hablará mucho de comida, eso seguro.