Hay algo que tiene el
lenguaje en ingles que me fascina. Cuando quieres referirte a algo te apoyas en la
búsqueda de palabras simples, mundanas, en la que todo se asemeja a todo. Me encanta el termino del aire “crisp”, o
crujiente. Es el aire que llega en Nueva York en Septiembre. El aire crujiente,
crocante y fresco. Y realmente el nombre
se lo merece.
Se acaban los días
de verano en Nueva York y la ciudad se empieza a preparar para dar paso al
otoño. Son los últimos días del microshort y los primeros de la
chaquetita. Muchas chicas por la calle combinan ambos a la espera de hacer más agradable la transición. El
momento del cambio de armario. Los armarios en Nueva York suelen ser pequeñitos
y dan lugar a una sola estación.
El cielo crujiente
es un cielo azul azul. Es el cielo más azul que puedas imaginarte. El cielo de los
cuentos y los tebeos. Ese es el cielo de Septiembre en Nueva York.
Es un buen cielo. Un buen
cielo en el que quedarse después de un verano pegajoso en el asfalto
neoyorquino. Es un buen cambio. Es un buen cielo al que volver después de un verano
fuera de la ciudad disfrutando de otros momentos y paisajes lejanos. Cuestan las idas.
Cuestan las vueltas. Cuestan las despedidas. Y en esa vorágine se agradecen los crujientes
cielos de bienvenida.