Saturday, July 6, 2013

Pedazos


Hace tiempo que mi blog habla de lo que me hace ver a Nueva York como un lugar tan único y distinto del resto de ciudades del mundo. El lugar de los contrastes, la ciudad monstro-duende, los escenarios encontrados.
Y luego hay momentos que me recuerda a otros rincones, a otras sensaciones, a otros olores. A primavera en Barcelona, al bar de copas de México DF, a una tienda de moda de Rio de Janeiro, a un café de París, a un club de Los Ángeles, a un cocktail en Miami….
Han inaugurado hace poco el sistema de compartir bicis. El mismo que hace 6 años tomaba en Barcelona para ir a trabajar, el mismo que me ayudo a explorar Paris.
Y me ha hecho pensar en que todo lo que tiene una ciudad de único puede en ocasiones ser compartido y familiar con otras. Y por eso cuanto más vives en Nueva York más piensas que no podrías vivir en ningún otro lugar e, irónicamente y a la vez, en todas partes.
Muchas veces quien vive en Nueva York dice que no es para siempre. Y trata de imaginarse en otro sitio, en otro rincón.
La mayoría de gente que vive en Nueva York cuando se asienta en otro sitio dice que lo extraña desde entonces y para siempre- Es aquel amor que siempre recuerdas. El amor que revives viendo una película, oyendo una canción. Es un lugar de melancolía.
Pero a la vez todo el mundo que deja la ciudad se vuelve un camaleón. Se adapta y cambia en cualquier asfalto ajeno. Quizá en busca de esos rincones nuevos junto con aquellos que le devuelvan a otras ciudades, a otros momentos.
Porque todas las ciudades tienen un pedazo de Nueva York al igual que Nueva York se inspira a diario de todas ellas.
Por eso nunca se deja Nueva York y, desde cualquier ciudad del mundo, se vuelve constantemente a ella.

Wednesday, August 22, 2012

Cielos Crujientes


Hay algo que tiene el lenguaje en ingles que me fascina. Cuando quieres referirte a algo te apoyas en la búsqueda de palabras simples, mundanas, en la que todo se asemeja a todo.  Me encanta el termino del aire “crisp”, o crujiente. Es el aire que llega en Nueva York en Septiembre. El aire crujiente, crocante y fresco. Y  realmente el nombre se lo merece.
Se acaban los días de verano en Nueva York y la ciudad se empieza a preparar para dar paso al otoño. Son los últimos días del microshort y los primeros de la chaquetita.  Muchas chicas por la calle combinan ambos a la espera de hacer más agradable la  transición. El momento del cambio de armario. Los armarios en Nueva York suelen ser pequeñitos y dan lugar a una sola estación.
El cielo crujiente es un cielo azul azul. Es el cielo más azul que puedas imaginarte. El cielo de los cuentos y los tebeos. Ese es el cielo de Septiembre en Nueva York.
Es un buen cielo. Un buen cielo en el que quedarse después de un verano pegajoso en el asfalto neoyorquino. Es un buen cambio. Es un buen cielo al que volver después de un verano fuera de la ciudad disfrutando de otros momentos y paisajes lejanos. Cuestan las idas. Cuestan las vueltas. Cuestan las despedidas. Y en esa vorágine se agradecen los crujientes cielos de bienvenida.  

Friday, March 30, 2012

La llamativa austeridad

Llega la primavera. Es un hecho. Y con ella mi nueva línea de metro predilecta. Ya hablé de lo mucho que me encanta ver el skyline en un post anterior. Esta vez no voy a hablar de lo que veo fuera del metro y de esas imponentes vistas, sino más bien del mundo de contrastes que viajan en un vagón del subway de Nueva York.

El metro de Nueva York es probablemente el lugar más dispar en el que uno se encuentra en la ciudad. No tiene comparación ni con la fiesta más alternativa en una fábrica abandonada ni con el evento más “cool” en una galería de arte. Y sobretodo no tiene comparación porque precisamente ese tatuado que luego verás en la fiesta de la fábrica estará sentado a tu derecha y  la chica que te cruzarás vestida toda de negro con un sombrero paseando por la galería está a tu izquierda. El mundo neoyorquino resumido en unos metros cuadrados.

Pese al mosaico de modas, colores, estilos, actitudes e interacciones que se viven a diario en el metro neoyorquino, yo cada mañana no puedo dejar de maravillarme de ver a las mujeres judías  ortodoxas que vienen del barrio de Brooklyn y van a la ciudad.

Como bien reza su religión la premisa máxima es la austeridad. Color negro o azul. Medias y zapatos cerrados. Y lo más curioso es que todas llevan peluca. una mujer judía ortodoxa jamás muestra su pelo a nadie, solo a su esposo en la intimidad.

Me resulta curioso como la austeridad llama la atención a gritos en esta ciudad. La misma ciudad en la que realmente todo vale. En la que no hay modas uniformes sino que uno puede salir literalmente con lo que le apetezca a pasear. Y llama precisamente la atención esa sobriedad.

Y de nuevo esa ciudad encontrada. Ese tatuaje, junto a ese pintauñas rosa eléctrico, y de pie esos tacones de vértigo junto a unas converse desgastadas. A tu derecha la estridencia, a tu izquierda la discreción, frente a ti una peluca ortodoxa que te hace pensar en tiempos antiguos y lejanos, en otro siglo, en la ciudad más moderna y puntera del mundo. Eso es el metro, y la vida, en Nueva York.

Tuesday, March 20, 2012

Improvisación Planeada

Me he esperado a que fuese 18 de marzo para repetirme a mí misma que no es posible que pasen 5 meses sin que haya actualizado mi blog. Lo peor de todo? Que el tiempo en Nueva York va tres veces más rápido que en ningún sitio, lo cual automáticamente hace que ahora resulte entonces que por leyes de tiempo neoyorquino hace 15 meses que no actualizo mi blog. Toma ya!

No importa. Decidido está que no puedo empezar cada post de este blog pidiendo disculpas por el tiempo que ha pasado. Sí, ha pasado tiempo, y no lo siento. Quizás no tuve tiempo, o no era el momento. Que más da.

Mi ultimo post hablaba de los 3 años en Nueva York. De las ciudades encontradas. Y ahora me he puesto a pensar en Nueva York y las emociones encontradas. Nunca me había pasado tanto como en esta ciudad que dos sentimientos antagónicos se den la mano y se hagan mejores amigos para siempre.

En Nueva York he tenido las cosas muy claras y las he dudado cada día. He creído que nunca me iba a cansar de algo y al día siguiente me aborrecía por completo.  He dedicado paseos y horas a elegir lo que finalmente creía era la mejor opción y acto seguido he pensado que seguramente era un gran error. Desde las decisiones mas grandes hasta las más insignificantes., nada esta a salvo del encontronazo de sentimientos, marca registrada neoyorquina.

NY se presta a la improvisación planeada. Este es el tipo de sentimientos encontrados a los que me refería antes. Como se puede planear improvisado? Pues pasa….  Pasa que planeas dejarte llevar. Este sábado salimos sin planes ni reservas en restaurantes? Y uno cierra los ojos y se lanza al reto. Un reto que en cualquier otra ciudad creo que sería precisamente lo más cotidiano.

Pero también ocurren los movimientos inesperados. Los vuelcos que da la ciudad  y te pillan por sorpresa. Y Nueva York tiene ese lado que magnifica las cosas pero ofrece también ese sentimiento antagónico de enseñarte a dejarte llevar y eso te hace aprender a darle menos importancia a las cosas y acto seguido a perder el miedo.

La mayoría de personas que vienen a Nueva York se atreven a hacer algo nuevo. Algo que no hubieran imaginado. Algo que en otro lugar les hubiera asustado. Eso puede ser desde comer pata de gallina china o aprender a tocar el saxofón. Puede ser también dar un cambio laboral, o simplemente (si es que es simple) a dejar de tener miedo.  

Tuesday, October 18, 2011

1095

Tampoco es que tenga tanto que decir. Pero me parece bastante imperativo que el día en el que conmemoro mis 3 años en esta ciudad me digne a actualizar este blog.

Cuando primero llegué a Nueva York quería acordarme de todo lo que vivía y sentía y asegurarme que no se me escapase ni una de las emociones. He oído (y comprobado) que muchas veces cuando estas soñando y te levantas repentinamente, basta con escribir tres palabras claves para poder recordar lo que has soñado y volver a hilvanar la historia. Por eso durante mis 2 primeros años en Nueva York, religiosamente escribía una línea cada día que resumiese mi estancia en la ciudad. El lugar al que había ido, la gente que había visto, los platos que había comido… etc. Así podía volver atrás y rememorar días claves en la ciudad y reconstruir mi historia.

Luego con el tiempo  decidí dejarlo, y ahora tengo esos cerca de 700 días registrados en esa lista. Con el tiempo me di cuenta que muchas cosas, al menos de las más importantes, inevitablemente me acordaba igual, también comprobé que a veces pasaba una semana sin apuntar y no podía recordarlas bien (igual porque precisamente había decidido que mejor las olvidaba) y también me di cuenta que me costaba compaginarla con la lista de restaurantes. (Creo que le debo a mi madre este furor por las listas, por poner los pros y contras en una lista para las decisiones importantes, por la mandatoria la lista de la compra bajo el im'an en la nevera, y en general por listar mis cosas por hacer. Me encantan las listas, lo admito). Pero pese a todo me sigue encantando esa lista de NY moments igual, porque puedo reconstruir el puzle con el que edifiqué mi realidad en esa primera etapa de la llegada a esta ciudad.  (la ciudad monstruo-duende, como acertadamente la bauticé en un post anterior). Ayer estuve repasando la lista y me sonreí infinitas veces acordándome de esos recuerdos que hacía tiempo no releía.

Luego pensé en lo muy registrados que están los momentos y lugares por los que nos movemos diariamente. Esta semana alguien de Ohio decidió duplicar mí tarjeta bancaria y gastarse un poco de dinerito en una gasolinera (que deduzco debía ser el punto de venta de más interés de la localidad). La historia viene a que cuando me llamaron del banco para confirmar mis gastos me di cuenta que podían casi seguir mis pasos, donde he cenado, donde he ido a la compra, si he vuelto a casa en taxi o en metro, si decidí salir de copas o preferí volver a casa… en fin, que en un momento reconstruyeron mi semana y si hubieran seguido atrás hubieran podido reconstruir mis 1095 días en NY. Es curioso que aquí como todo se paga con tarjeta es una lista más que agregar a nuestras vidas.

Todo el rato generamos listas y esas nos llevan a recuerdos, momentos y miradas. Estoy pensando en empezar de nuevo mi listado diario. Aunque ya hace tiempo que me di cuenta de algo, que esa última copa con aquellos a los que dije adiós, o esa compra para hacer prepar la cena un lunes cualquiera, o quedarme hablando para no colgar esa llamada mientras nevaba incesantemente en pleno febrero, en relidad no necesitan listas ni apuntarla en ninguna parte. Hace ya tiempo que descubri la imposibilidad de olvidarlas. Simplemente porque sin ellas esto no hubiera sido esto, ni esto seria mi Nueva York.

Thursday, August 18, 2011

Aceite y sal

La insatisfacción es una condición que creo que viene dada (o al menos potenciada) con ser neoyorquino. Bueno no se si es tanto la insatisfacción, igual mejor llamémoslo exigencia, aunque muchas veces van de la mano. Eso y complicarse la vida.


Poder entrar a un restaurante y que te den la opción de cambiar cualquier ingrediente en un plato, casi que ese filete pase por tantos cambios que al final se convierte en un trozo de merluza, (el cual obviamente puedes devolver si no es de tu exacto gusto) cría así a la sociedad de la exigencia, la que cree que todo puede customizar.
Y en el extremo opuesto luchan por  alcanzar esa simpleza que para el resto del planeta es simplemente eso, simple. Pero en Nueva York lo sencillo lleva más trabajo. Los restaurantes compiten por dejar de complicarse la vida y a los críticos gastronómicos les encanta alabar esa perseguida sencillez.
Nueva York tiene uno de los puertos de pescado más grandes del mundo, Fulton Fish Market . Es de hecho el mayor mercado de pescado de Norteamérica, (que por cierto contrastando este dato he descubierto que, después de Tokio, al parecer el segundo mayor mercado pesquero mundial es Madrid) y pese a eso un pescado a la plancha con sal y aceite es un plato de lo más difícil de comer en NY.
El toque mediterráneo de la cocina simple, el de las gambas a la plancha, los boquerones, o los chipirones… es el más complicado de localizar. El otro día entre a Eataly, un supermercado-universo gastronómico italiano que ha abierto el magnate Mario Batali, a quien ya he mencionado en un post anterior. Según dicen es “el mercado más grande de comida y vino artesanal italiano del mundo”, y la zona de pescado se parecía bastante al mercado de mi pueblo, y me hizo mucha ilusión.
Ya mencione anteriormente que me gusta leer blogs, revistas, columnas de cocina... Una institución en la ciudad es Mark Bittman, escritor de gastronomía en el New York Times. El otro día vi en el ese periódico, en una página entera de la revista del dominical, probablemente una de las páginas con el valor publicitario más caro del país, una receta de Ferran Adrià de pan con chocolate rallado, aceite y sal. 4 ingredientes, claros y básicos. (Ah, curiosidad, el corrector de Word reconoce la palabra Adrià con acento a la catalana si lleva el nombre Ferrán delante…)
Y uno se pregunta si no será que los neoyorquinos a veces se complican demasiado la vida. Siempre digo, y lo mantengo, que aquí uno encuentra de todo en el supermercado, aunque a ratos me doy cuenta que a veces les falta el ingrediente básico: la simplicidad.
Por eso con mi amiga Elena que sueña con abrir un restaurante en Manhattan (o seguramente, en su defecto, en Barcelona, Pals, Formentera o San Francisco) hablamos de cómo un tomate con sal y aceite les trae a todos de cabeza. Seguramente porque es tan sencillo que a muchos no se les había ocurrido.

Tuesday, June 28, 2011

La línea del cielo

Me sabe fatal decirlo pero a ratos me arrepiento de tener un blog. Es una cosa más en mi lista de cosas que hacer, que además en Nueva York ya de por sí suele ser bastante infinita. Hoy venía en el metro diciéndome a mí misma: “Va, piensa un tema! Será por temas! No puede ser no se te ocurra”.

Total, que como suele pasar en Nueva York (aunque suena a tópico total) las cosas te pillan de sorpresa y mientras cruzaba el metro el puente de Williamsburg me di cuenta que necesito dedicarle al skyline una entrada.  
No sé qué tengo con el skyline de Nueva York que ejerce un extraño poder sobre mí. Me llena de impresión y nostalgia en los momentos más inesperados. Una (simple) silueta que se me ha aparecido mientras me estrujaba a pensar temas esta mañana.

Últimamente he variado mi ruta al trabajo. Camino más para llegar a la parada al metro (algo que en invierno no es negociable) y a cambio tomo un metro que cruza el puente de Williamsburg en vez de la ruta bajo el agua, la del East River.
 
Y me pasa una cosa curiosa, mencione el post en el que hablaba de JFK sobre esa sensación de tener un nudo en el estómago cada vez que te aproximas a NY y ves el skyline, pues ahora tomando esta línea me pasa a diario. Y resulta curioso porque siempre pienso que un sentimiento tan inesperado es… pues eso, inesperado. Y es raro que la secuencia matutina sea: llevo las llaves? Sí. A ver aprovecho para llamar a mi madre camino al metro; saludo al puertorriqueño del deli; ufff a ver saca la Metrocard; que bien que justo llega el metro; ah espera que me da un vuelco al corazón con el skyline.

Ahora me re enamoro de Nueva York cada mañana bajo el embrujo de esa línea en el cielo. Que por cierto ni siquiera tiene una palabra propia para definirla en español. Deberíamos inventarla cuanto antes.
No solo es NY. Me pasa con de Barcelona cuando aterrizo llegando por el mar y la veo a lo lejos, me pasaba estudiando en Segovia al venir en coche por una de esas carreteras de la Mancha. La larga línea recta y de repente como un espejismo: la magia del alcázar y la catedral.


Y ahora me pasa en NY. Y admito que realmente en skyline de NY es brutal. Parece de cartón, con siluetas perfectas. Y de ahí viene esa sensación de vivir en una escena de cine. Es una rara sensación de llegar a la conquista de la ciudad. Mañana tras mañana.
Igual voy a retirar lo dicho. No me arrepiento de tener un blog. Sino no le hubiera dedicado unos minutos más de la cuenta esta mañana a mirar el skyline y darme cuenta que no hay tantas cosas que te den un vuelco al corazón y menos aún a las 8.25 am de la mañana. Infalible (excepto en días de niebla), es mi nueva sorpresa “inesperada” garantizada, esa línea que separa a Nueva York del cielo.