Hace
tiempo que mi blog habla de lo que me hace ver a Nueva York como un lugar tan
único y distinto del resto de ciudades del mundo. El lugar de los contrastes,
la ciudad monstro-duende, los escenarios encontrados.
Y luego
hay momentos que me recuerda a otros rincones, a otras sensaciones, a otros
olores. A primavera en Barcelona, al bar de copas de México DF, a una tienda de
moda de Rio de Janeiro, a un café de París, a un club de Los Ángeles, a un
cocktail en Miami….
Han
inaugurado hace poco el sistema de compartir bicis. El mismo que hace 6 años
tomaba en Barcelona para ir a trabajar, el mismo que me ayudo a explorar Paris.
Y me ha
hecho pensar en que todo lo que tiene una ciudad de único puede en ocasiones
ser compartido y familiar con otras. Y por eso cuanto más vives en Nueva York
más piensas que no podrías vivir en ningún otro lugar e, irónicamente y a la
vez, en todas partes.
Muchas
veces quien vive en Nueva York dice que no es para siempre. Y trata de
imaginarse en otro sitio, en otro rincón.
La
mayoría de gente que vive en Nueva York cuando se asienta en otro sitio dice
que lo extraña desde entonces y para siempre- Es aquel amor que siempre
recuerdas. El amor que revives viendo una película, oyendo una canción. Es un
lugar de melancolía.
Pero a
la vez todo el mundo que deja la ciudad se vuelve un camaleón. Se adapta y
cambia en cualquier asfalto ajeno. Quizá en busca de esos rincones nuevos junto
con aquellos que le devuelvan a otras ciudades, a otros momentos.
Porque
todas las ciudades tienen un pedazo de Nueva York al igual que Nueva York se inspira a diario de todas ellas.
Por eso nunca se deja Nueva York y, desde cualquier ciudad del mundo, se vuelve constantemente a ella.